Rafael Nieto Loaiza: Trump y las Farc

Hay quienes comparan el triunfo de Trump con el del Brexit y el de NO en Colombia. Siendo fenómenos muy distintos, tienen unos elementos en común: por un lado, prueban que el impacto de los medios tradicionales ya no es el que era y que, en cambio, las redes sociales son una alternativa mucho más barata y eficaz de comunicación política. En Estados Unidos, como en Colombia, todos los periódicos y las cadenas de televisión, con la excepción de Fox allá y RCN TV acá, así como la inmensa mayoría de columnistas y analistas, estaban decididamente del lado de los que al final resultaron perdedores.

Por el otro, las encuestas se pifiaron, aunque muchísimo más en Colombia que en EE.UU., donde los errores fueron muy menores en relación con los enormes de nuestras encuestadoras. En nuestro país fue tal la presión mediática, que identificaba como enemigos de la paz a quienes tenia dudas de fondo sobre el acuerdo, que obligaron a muchos a ocultar su verdadera intención de voto para evitar ser estigmatizados.

También hay una creciente participación “conservadora” como reacción a la avalancha de sectores “progresistas” que, sin apoyos populares sustantivos pero con fichas claves en los sectores judiciales y gubernamentales, imponen sus agendas ideológicas en contravía de la opinión mayoritaria.

Hasta aquí las similitudes. Diferencias hay muchas, pero una en particular merece destacarse: la muy distinta manera en que asumieron su derrota Cameron en Inglaterra, que renunció de inmediato, Hillary, que la aceptó sin matices ni excusas, y Santos, que ha intentado una y otra vez deslegitimar el triunfo del No y que, después de asomar las orejas, no decide si mostrar el conejo de cuerpo entero o si aceptar a cabalidad que fue vencido en toda la regla y negociar un nuevo acuerdo.

¿Otra prueba? Las muy preocupantes declaraciones a El País de Madrid de Yesid Reyes, negociador del gobierno con las Farc, que en medio de elogios a la actitud “abierta” de Uribe y de los voceros del NO en las conversaciones con el gobierno, se aventó a sostener que “hay un consenso entre la delegación de la guerrilla y la del gobierno para tratar cualquier reforma que no suponga afectar la estructura del acuerdo”. ¿Hay que recordarle otra vez al gobierno que en el plebiscito se negó la aprobación al acuerdo y que, por tanto, hay que hacer uno nuevo? Los voceros del NO hemos planteado críticas de fondo a puntos vertebrales del acuerdo. Si no se hacen esos cambios estructurales, por muchas alteraciones menores que se hagan, el acuerdo seguirá siendo en lo sustantivo el mismo que se rechazó en las urnas. Y ello supondría desconocer tanto la voluntad popular y la democracia como la sentencia de la Corte Constitucional.

En cualquier caso, el triunfo de Trump supone una carta nueva en las negociaciones con las Farc. Más allá de que Santos y su Canciller se hayan equivocado, otra vez, al apostarle de frente y de manera pública a Hillary, no hay duda de que la posición del nuevo presidente norteamericano en relación con el terrorismo, los regímenes autoritarios de Cuba y Venezuela, el proceso de paz y con su contenido en materia de cultivos ilícitos, en particular en los asuntos de erradicación forzada y prohibición de la extradición, será mucho más dura que la de Obama. No es descabellado pensar que Trump y sus asesores republicanos más cercanos serán menos tolerantes con el desmantelamiento de la democracia en Caracas y con su apoyo a las guerrillas colombianas, exhibirán más fortaleza en la lucha contra el terrorismo, seguramente exigirán el retorno a la aspersión área y sin duda no indultarán a Simón Trinidad. En todos los escenarios, el nuevo gobierno norteamericano tendrá serias diferencias con muchos elementos de fondo del viejo acuerdo con las Farc.

El gobierno tiene en la victoria de Trump un elemento adicional, que se suma al triunfo del NO en el plebiscito, para presionar a las Farc y conseguir un mejor acuerdo. ¿Será capaz de hacerlo? ¿O terminará de aliado de la guerrilla?