Trinchera espiritual

Trinchera espiritual

Hace unos días en un Foro sobre Salud me preguntaron: ¿Cuáles son las consideraciones de tipo ético que ha enfrentado en el curso de la pandemia? Las respuestas divididas, dada la complejidad del tema, en 4 partes: como persona, médico, miembro del personal sanitario y ciudadano.

Como ser humano hago parte de los familiares de los 109 mil muertos cuya partida ha enlutado el hogar de los colombianos. Dos parientes cercanos fallecieron en las dos últimas semanas. Una, con una inteligencia despierta y entregada a contribuir desde la universidad pública para que muchos colombianos ingresaran a la sociedad del conocimiento. Empujando, siempre por más y más cupos. La generosidad tipo apoyo no dirigido, general o hacia una causa social, produce en el gestor una sensación de bienestar que se conoce como “brillo cálido”. Tendrá siempre un alma resplandeciente. El otro pariente, simbolizaba la alegría. Optimista y luchador hasta el postremo suspiro. Cada día en su vida nos enseñó disfrutar. En su sangre llevaba el campo, el país y sus amigos: ¡cómo le dolía cuando los lastimaban o ultrajaban la patria, fue un demócrata por excelencia! El hombre de las emociones positivas que se deleitaba con las cosas simples de la vida. Me conmovió cuando comentaron que antes de hospitalizarlo tenía subrayado mi último libro y alcanzó llegar hasta la pagina 189.

Sin que el conflicto de origen nuble la moderación, estas dos personas simbolizaban algo que se ha extraviado en la pandemia: generosidad y alegría. El dominó de la equidad tiene su primera ficha en el individuo: cuando ayudamos a los demás sin saber, decir o esperar retribuciones. El retorno de la inversión no es el parámetro de la decisión. La vida y sus segunderos se comportan como un péndulo y el día menos pensado recibimos las gracias en un gesto o un hecho de especial consecuencia. La alegría que genera la gratitud.

Disfrutar del tiempo, vivir la intensidad del momento y dejarse inundar por los mensajeros del gozo. Descubrir que las pequeñas grandes cosas de la vida, las más sencillas, son los que arman ese concepto abstracto que es la felicidad. Un café cerrero nacido en leña, ver llover y como el agua llora con sus mangos. Aprender del perro cómplice que comparte su alimento con el gato y contemplar parir la semilla que sembramos. Perdonar y rezar mientras el sol aparece. Agradecer: escuchar el silencio de la compañía de la madre y ver en sus pupilas afirmar nuestro comportamiento. Mirarla de frente y hacerla sentir que personificamos y trascendemos sus principios y sus oraciones. ¡Que su sacrificio no fue en vano!

Las neuronas en espejo, la de la imitación, y las cuales permiten ponernos en el pellejo de los demás, son altamente influenciables por nuestro comportamiento. Tiene este más poder contagiante que la nueva variante delta del SARS-CoV-2 dotado de una fotocopiadora de enorme capacidad de multiplicación. Si supiéramos que cada acto dadivoso inspira 4 más: la generosidad del rebaño. Solo este gesto único alcanzaría impulsar el contrato social pendiente. ¿Como hacer entender que la movilización de una comunidad solo se logra con proyectos colectivos de solidaridad?

Las áreas de la generosidad y de la felicidad son las mismas dentro de nuestro cerebro (unión temporo-parietal y conexiones con el estriado). El sistema mesolímbico le lleva a ambos vagones cargas de dopamina para esparcirla -maicena de felicidad- con nuestros actos. Equivalentes empresas cerebrales son las que la producen. El circuito de recompensa, que hace que repitamos los hechos que nos producen placer, comparte la misma anatomía. Hoy podemos detectar con las neuroimágenes su fuerza y la Resonancia Nuclear Magnética Funcional (RNMf) señala nuestro estado de felicidad: el termómetro del afecto.

La felicidad es un antídoto (Alex Jadad) y la mezquindad el veneno del ser humano. Hay momentos en que la pena, la tristeza y el desasosiego sacuden nuestra alma. Soplan vientos catastróficos y alisios de fatalidad. Es el tiempo critico que anuncia la oscuridad emocional. En ese instante necesitamos retirarnos hacia la zanja de la cavilación. Ocultarnos y alejarnos sin que nos vean los enemigos de las conexiones sociales. Es la trinchera espiritual, íntima y personal, que proponemos y suplicamos. Más que huida o defensa, la trinchera es el tiempo de la reflexión, de la meditación. Un periodo desde esa excavación nos da perspectiva y profundidad de comportamiento. Repuesto de las heridas y con cicatriz firme podemos avanzar en el campo del perfeccionamiento continuo que es la vida.

Hoy está en el tapete la inoculación combinada para la COVID-19: dosis de una vacuna y refuerzo de otra. Aún no tiene evidencia médica. Un nuevo término entró al lenguaje de la pandemia. “refuerzo primario heterólogo” (ya se había utilizado en el ébola) ¿Qué tal si vacunamos a los colombianos con una dosis de generosidad y otra de alegría? Pero la desinfección del sitio de la inoculación debe ser con algodones de gratitud por vivir en un país que todavía -a pesar de todo- permite la libertad.

@Rembertoburgose

Publicado: julio 9 de 2021

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