Margarita Restrepo: Terminamos el año con el corazón roto

  El proceso de paz de Santos y Timochenko es un ignominioso monumento a la iniquidad y a la mentira.

No sé porqué causa tanta sorpresa e indignación las desafiantes palabras de los cabecillas del terrorismo respecto de las serias y argumentadas denuncias hechas por el gobernador de Antioquia, Luis Pérez Gutiérrez quien, con toda suerte de evidencias en su poder, ha dicho que las zonas de concentración de las Farc se han convertido en antros a los que los miembros de esa organización criminal están llevando niñas para abusar sexualmente de ellas. Los miembros de las Farc seguirán amenazando y asesinando a todo el que se les atraviese en su camino.

En vez de aceptar su responsabilidad, dado que las pruebas exhibidas por el gobernador Pérez no dejan espacio para las dudas, los capos que fungen como comandantes de la banda terrorista decidieron emitir un comunicado amenazante contra el dirigente antioqueño.

Esos bandidos deben entender que el acuerdo que firmaron con Santos no es un cheque en blanco para que sigan delinquiendo. Ellos, acostumbrados a amedrentar con sus miserables armas a quienes evidencian sus delitos, no pueden ahora valerse de su estrecha amistad con el premio Nobel de Paz para desafiar las autoridades y mucho menos para continuar abusando de las niñas colombianas.

El proceso de paz de Santos y Timochenko es un ignominioso monumento a la iniquidad y a la mentira. Los colombianos tendremos que ver, cruzados de brazos, cómo quedarán impunes, sin reconocer uno solo de sus crímenes y, lo que es peor, cómo seguirán delinquiendo a pesar de haber suscrito ese acuerdo del teatro Colón que poco o nada se diferencia del que anteriormente se signó en Cartagena.

Debemos respaldar al gobernador Pérez Gutiérrez y animarlo para que lleve hasta las últimas consecuencias los execrables hechos que ha revelado. Si hemos sido inflexibles y reiterativos en las denuncias sobre los abusos que las Farc cometieron contra la niñez colombiana mientras estuvieron en la clandestinidad, ahora seremos aún más incisivos y contundentes denunciando los atropellos que cometen después de haber firmado el supuesto acuerdo de paz.

Que nadie se equivoque: los enemigos de la paz en Colombia son los terroristas de las Farc. Son esos bandidos que han cometido y siguen cometiendo atentados contra la sociedad civil desarmada. Son esos sanguinarios que mientras inundaban de cocaína al planeta se dedicaron a asesinar a los miembros de nuestra Fuerza Pública. Son ellos y nadie más los que se oponen a la vida en concordia en nuestra patria.

Lo que está ocurriendo en las zonas de concentración a la que están desplazándose los integrantes de esa banda delincuencial es el reflejo de lo que durante décadas hicieron en los campamentos y cambuches que tuvieron en las selvas colombianas a los que fueron llevados miles de niños para utilizarlos en sus acciones criminales y valerse de ellos como esclavos sexuales.

Y esos delitos, así Santos, De La Calle y Sergio Jaramillo hayan dicho lo contrario en La Habana, no quedarán impunes. Más temprano que tarde la justicia penal internacional se encargará de juzgar y castigar a todos y cada uno de los responsables de esa conducta que atenta contra la humanidad.

Cerramos este 2016 con el corazón contrito al enterarnos que las Farc continúan mancillando a los niños colombianos. Ese dolor que nos causan las revelaciones del gobernador Pérez es un aliciente para continuar en 2017 denunciando aquellos abusos que, insisto, en algún momento empezarán a ser sancionados por la justicia internacional dado que la nuestra no quiso hacerlo.

@MargaritaRepo