Ana María Abello: Santos es corrupción

Ana María Abello: Santos es corrupción

Hace muchísimos años – más de los que quisiera admitir – fui a hacer un curso en el exterior. Como no manejaba bien el idioma, ni la ciudad, le pedí el favor a una compañera de residencia, mexicana ella, que me acompañara al supermercado. Nos fuimos en bus para el cual había comprado un pase que me servía para una semana de viajes. Cuando entré al bus, saqué el pase de mi billetera y se lo mostré al chofer, que me miró desconcertado. Yo, más desconcertada aun, llegué a pensar que le estaba mostrando un carnet equivocado. Mi amiga se sonrió (tal vez un poco avergonzada por mí) y me dijo en voz baja: “guarda eso güey, ellos no lo piden”. Después de un corto viaje, durante el cual no hice sino pensar en cómo harían para controlar que la gente no se colara sin comprar el pasaje, llegamos al supermercado. Escogí algunas cosas, entre ellas unas manzanas, y cuando las metí en la bolsa mi amiga me dijo que yo misma las tenía que pesar. Las pesé y la maquina expelió una calcomanía con el precio para pegársela a la bolsa. “Que cómico”, le dije a mi amiga, “¿cómo harán para controlar que la gente no meta una manzana de más después de haberlas pesado?”. “Acá la gente no hace eso”, me contestó

Durante años he venido reflexionando acerca de ese día, y concluyo que el escenario se reducía a dos posibilidades: que yo era más viva que todos y que a nadie se le había ocurrido que podían meter más manzanas después de pesarlas, ni que se podían montar en el bus sin necesidad de pagar un pasaje, o que a todos se les había ocurrido, pero que no lo hacían por un profundo respeto por lo legal. Me inclino por la segunda posibilidad.

En el ámbito local la cosa es diferente, pues el respeto por lo legal es un chip defectuoso en la mayoría de colombianos.  Lo constatamos en todas partes y todos los días, como en el taxista al que yo llamo “el hombre más vivo del mundo”, que se mete en un minúsculo espacio por la derecha cuando hay trancón; en la señora tirándoselas de despistada para volarse la fila para mostrarle al guardia la factura de compra a la salida de Home Center; en  el policía de carretera que, con láser en mano, extorsiona al que se pase un kilómetro de la velocidad permitida; en  el alcalde que solo les da negocios a sus amigos; en  el que arriesga su vida para no pagar un pasaje de Transmilenio en  los colegios que meten hasta traperos en las listas de útiles escolares de los padres; en  el mismo padre que no le enseña a su hijo a no hacer trampa en el colegio; en los ministros que desvían una carretera para favorecer las tierras de alguna amistad; en  el hermano de un asesino que interfiere con la investigación sin importarle que la víctima sea una bebé de 7 años; en  el político criminal que dispone de los dineros de la salud pública; en el mismo político que se roba el dinero de la alimentación de nuestros niños, en el presidente que desconoce los resultados de un plebiscito.

Durante estos últimos días, Juan Manuel Santos ha salido a condenar la corrupción. ¡Qué cinismo! Que Santos condene la corrupción equivale a que Rafael Uribe Noguera condene la violencia contra los menores de edad. Nadie puede decir que el gobierno Santos se haya inventado la corrupción, pero tampoco nadie puede controvertir, porque las cifras así lo demuestran, que en este gobierno ha llegado a niveles jamás vistos.

Juan Manuel Santos no tiene el derecho a llegar ahora a ondear la bandera contra la corrupción. Esa bandera no le pertenece, porque a pesar del privilegio de ser uno de los pocos colombianos en llegar a la presidencia de la república, no dio la talla para combatir efectivamente la corrupción. Por el contrario, no hizo sino estimularla hasta llevarla, insisto, a niveles nunca antes vistos.

Para concluir, permítanme una reflexión: así como la gente que vive en un basurero y se acostumbra a vivir con el olor, los colombianos nos hemos acostumbrado a vivir con la corrupción. En vez de quejarnos, los invito a que salgamos del basurero, seamos más conscientes de nuestro actuar en la vida diaria, respetemos si aspiramos a ser respetados y, lo más importante, que el día que votemos lo hagamos a conciencia ahogando en las urnas  a los corruptos para cobrarles así el dinero que sacaron de nuestros bolsillos.

@ANIABELLO_R

Publicado: enero 20 de 2017