Mendicidad y subsidios

Mendicidad y subsidios

Por esos azares de la vida, terminé comiendo tequeños y pasteles venezolanos en un pequeño food truck, ubicado a las afueras de un centro comercial. Manjares exquisitos que sirvieron de excusa para que se diera una charla fortuita con el dueño del negocio de comida.

En medio de los aromas, y del hambre que estaba haciendo, empecé a hablar con el personaje, un venezolano emprendedor, algo mayor de 40 años, quien me confirmó que la realidad de la inmensa mayoría de sus compatriotas en Colombia es respuesta directa a una dinámica que se acostumbraron a vivir en el régimen de Chávez y Maduro: la mendicidad.

Este varón recio, que tuvo a bien perder más de 500 mil dólares a manos de la dictadura narco-comunista que hoy azota Venezuela, me dijo que en Caracas y en las grandes ciudades de su patria, la gente asumió la mendicidad como forma de vida. 

Me comentó, además, que había antecedentes históricos, pues debido a la bonanza petrolera eterna de su país, las políticas de Estado se basaron en impulsar subsidios para todo y para todos. Así las cosas, se instauró una cultura del “deme” que nadie puede desconocer.

Con Chávez, esa cultura del “deme”, lamentablemente se mezcló con la ideología comunista, sin ninguna contraprestación, lo que trajo como consecuencia la destrucción del aparato productivo y la consecuente miseria generalizada para la población venezolana.

Con Maduro, evidentemente, las cosas empeoraron: no solo fue más agresiva la aplicación del modelo comunista, sino que también saltaron a flote las ambiciones de los jefes del cartel de narcotráfico que hoy gobierna la tierra de Bolívar. Narcotráfico, sevicia y corrupción desaforada como elementos de la fórmula de poder.

La diáspora de ciudadanos venezolanos tuvo dos escenarios: el de los multimillonarios y profesionales con amplio bagaje cultural que pudieron sacar su dinero antes de la debacle, quienes mayoritariamente están en algunos países de Europa, Canadá y Estados Unidos, y el de los marginados, hombres y mujeres con escasa formación académica, que salieron de su tierra arrastrando la incertidumbre, la pobreza y el desamparo, quienes conforman una inmensa masa humana que hoy se ha convertido en carga insufrible para la economía de varios países de nuestro continente.

En fin, estas personas, que representan el 95% de los casi 4 millones de venezolanos que han huido, tomaron la decisión de dejarlo todo cuando no pudieron conseguir más limosna en la calle, porque, sencillamente, se había acabado el dinero circulante.

A la fecha, hay venezolanos en Panamá, Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y Colombia, sin duda, el país más afectado.

Después de terminar los manjares venezolanos regiamente servidos y de pagar la cuenta, vino a mi memoria la proeza del padre Pedro Opeka, sacerdote argentino con más de 40 años de misión en Madagascar, en contraposición a lo escuchado en ese camión de comidas: En Akamasoa, también llamada Ciudad de la Esperanza, una urbe habitada por más de 35 mil personas que tuvieron el coraje de levantar sus casas en los terrenos de un basurero, nada es regalado. En ese remoto lugar del África los subsidios se han reemplazado por trabajo. Así de sencillo.

Con Todo Respeto: Ofrecer todas las oportunidades para que la gente construya con sus propias manos lo que desea obtener en la vida debe ser el objetivo de todo Gobierno. Seamos honestos: Colombia no es un país que flote en petróleo ni riquezas minerales infinitas. Nuestra realidad histórica es muy diferente a la venezolana: para nosotros, nada ha sido fácil. Por favor, hagamos un capitalismo real para la gente y, de una vez por todas, entendamos que los subsidios como política de Estado son un suicidio.

#TrabajoSiSubsidiosNo

@tamayocollins

Publicado: octubre 10 de 2019

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