Los trapitos de la ropa interior

La cultura política hace mejor a los hombres. Conocer los resortes emocionales, la simulación de una sabiduría puesta al servicio de un personaje, la experiencia sabida en la administración de la “cosa pública”, proceder de manera civilizada en  escenarios donde estén  los competidores o contradictores, los aliados o los mismos compañeros de partido, construir desde el disenso un pensamiento crítico dialogante. Al fin, una militancia partidaria es una distinción de pertenecer a una organización que trabaja por mejorar las condiciones de vida del pueblo, en  general, como meta cuya aplicación práctica sea el ejercicio del poder.

La politología no solo es hacer pronóstico sobre los resultados electorales o desentrañar las tendencias de los planes de desarrollo. Es el conocimiento puesto al servicio de una ciudadanía para despertarle su sensibilidad en la lucha por unos ideales de la comunidad, lucha que es pacífica y por lo tanto los métodos y tareas son pacíficos. Un pilar del partido es la adhesión a sus estatutos y reglas propias. Otro pilar fundamental es el programa y doctrina, van juntos porque se alimentan entre sí y porque forman los valores, la conducta, la ética del militante que debe ser igual a la del buen ciudadano, sin distingos de partido.

Organizaciones políticas como el  partido nazi hitleriano se alimentaba de las ideas nacional-socialistas. El  racismo que señalaba a la raza aria como la llamada a dirigir el mundo, la violencia como método para eliminar a otras etnias como los judíos, los negros y los gitanos, violencia que también se aplicó para expandirse como estado e ideología. Otro partido similar es el comunista: la lucha de clases se efectúa por las distintas formas violentas, legales o ilegales. No es de la raza el poder subjetivo de dominio, si no la clase social: el proletariado. El enemigo hay que eliminarlo. Está compuesto por las clases medias (pequeño-burguesas) y los empresarios. El empresariado más fuerte del mundo es de los EE.UU, lo que es igual al imperialismo yanky.

La democracia es lo contrario de estos dos quistes cancerosos de la humanidad que se presentan con  otros nombres, colores y discursos. De ahí la importancia de la integridad de los partidos democráticos, de su existencia no sustituible por masas indoctrinarias y jalonadas por el lumpen que sin ser partido ni raza, es la fuerza de choque. Los partidos demo-liberales son  carcomidos por distintas pestes: la corrupción, los apetitos de poder minúsculos municipales, regionales o nacionales, la imperfección para practicar las convicciones doctrinarias, las pequeñas células de lealtades corpusculares que oscurecen el programa y la doctrina. 

En el partido liberal, por ejemplo, no se aglutinan los seguidores alrededor del liberalismo filosófico y económico, pero figuran “corrientes” como el santismo, el gavirismo, el samperismo. Ninguno de los tres jefes que dan lugar a estos “ismos” tiene obras del pensamiento político ni son ejemplo para ser ídolos de las nuevas generaciones. Peor ocurre en el partido conservador. No resalta ningún ismo siquiera. La izquierda colombiana, por el contrario: toda es marxista, pero solo las Farc se atreven a confesarlo públicamente. En esa izquierda anida el más peligroso populismo, bastante conocido.

En el Partido Centro Democrático existe un pensamiento político y un compromiso estable: el uribismo, que no solo es la figura de Álvaro Uribe. Es su obra y son los  numerosos documentos sobre los problemas colombianos. No son los atentados a muerte de su persona. Son los reconocimientos electorales del pueblo. En el CD no coexisten agrupaciones residuales que desmonten el uribismo. No hay lugar para dogmáticos. Uribe no es uribista, por cierto. Hay diversidades de opinión que deben discutirse al interior. Y en eso la Dirección Nacional propiciará instancias reglamentarias. En el Centro Democrático no hay “ramismo” ni “londoñismo” porque sus presuntos inspiradores no son ideólogos ni han manifestado ser fraccionalistas ni “decapitadores” del uribismo. Son voces opinantes que forman grupos de amigos, pero en ideas nunca han sido superiores al uribismo. Los anti-uribistas castro-intestinales están en otra parte, en algunos periodistas de la Gran Prensa, en  los clubes highness capitalinos, en los intelectuales y profesorado lumpen-burgueses, en la fronda aristocrática, todos ellos infectados de odios contra las regiones distintas a su ombligo de oro devaluado.

Jaime Jaramillo Panesso

Publicado: octubre 16 de 2018

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