La peor: la codicia

La peor: la codicia

En la cartografía del cerebro, el cuerpo estriado se ubica en la parte profunda del cerebro. Es un componente de los ganglios basales y es una porción de la sustancia gris que se conecta directamente con corteza cerebral. Uno a cada lado de los hemisferios cerebrales. Los localizamos donde se cruzan la línea imaginaria que parte desde la pupila con la que sale del pabellón auricular. Son esas fresas planas que vigilan el cauce del líquido cefalorraquídeo. Con los estudios del comportamiento y la investigación en neurociencias se ha observado que esta zona en particular guarda relación con la activación o no del cerebro de las personas codiciosas. Las imágenes de resonancia magnética funcional demuestran exagerado coloración lo que ha permitido ubicar la génesis de la codicia en los estriados dorsales que están en el interior del encéfalo.

A pesar de que la evolución la enterró muy profundo en el cerebro para que no saliera, la codicia tiene unas vías que la ambición desmedida habilita y emerge sin freno este comportamiento delirante y perverso del individuo. La codicia es una de las emociones ponzoñosas. La naturaleza la alojó hondo, la enredó para que los sustratos bioquímicos en su generación guarden relación con la disminución en la producción de la serotonina cerebral y la escasez de la oxitocina, mensajero del afecto y del apego.

El codicioso es un ser egoísta, carente de empatía. Inseguro, se aferra a los bienes materiales y el poder. Para mantenerse hacen toda clase de artimañas. Tan notorio que después de permanecer en un periodo largo en un cargo las personas cambian en su forma de pensar y de comportarse Engañan, manipulan y son propenso a caer en la miopía del futuro. Los satisface la recompensa inmediata y no miden las consecuencias futuras de sus actos. Son devotos de las coyunturas y especialmente aquellas que les permiten perpetuarse en las posiciones de mando. Ignoran los puntos de vistas de sus compañeros: no conocen la palabra suficiente. Quizá por eso se ha descubierto que la capacidad de juicio y raciocinio está comprometida y sea esta la razón que su área prefrontal es estructuralmente débil y marcadamente deficiente el lobulillo prefrontal ventromedial, el de la empatía.

Una de las características de la codicia es que son depredadores de los conglomerados sociales. Mezquinos y con un término que los define: son pleonéxicos. Los tiempos no existen, son insaciables. Se sienten irremplazables. Confunden los valores y se mueven bajo la consigna que es más importante tener que ser. Los valores y hacer las filas no importan. El plan de vacunación trae varios ejemplos: la ministra que renunció en Perú, el empresario canadiense que simuló ser trabajador y el arzobispo disfrazado de viejo en España son algunas muestras de esos seres humanos incapaces de esperar el turno o cerrar los ciclos.

Rodolfo Llinás ha dicho que “el alma está en el cerebro”. Cierto, la codicia en el cuerpo estriado y la corteza prefrontal al igual que quienes se saltan la fila captan menor en el córtex del cíngulo anterior.

Se estima que uno de los métodos más importantes para prevenir la generalización de la codicia es la denuncia pública. La vergüenza de la ilegalidad frena en algunas ocasiones que estos comportamientos reprochables se repitan. El control y la sanción social son herramientas valiosas para hacer de nuestro espíritu gregario un escenario de crecimiento y de igualdad de oportunidades. El espíritu de las democracias es el pluralismo y la rotación el equilibrio del poder.

En estos días he entendido claramente porque la codicia la comparan con el agua salada. Entre más se toma más sed da. ¿Qué hacer en esta patria donde la codicia es la madre de la corrupción? Aparece como salvavidas la educación y su poder que tiene para cambiar el sistema de recompensa desde niños. Razón tenía Mandela cuando afirmaba que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Pero no la educación instrucción sino la emocional. La instrucción transmite conocimientos, la educación permite descubrir valores. La que cambia los sentimientos y regula las emociones. Ese escudo que protege de las emociones negativas, como la codicia, y llena la amígdala del lóbulo temporal, nuestro regulador, de principios positivos como la empatía y la munificencia.

 A nuestros muchachos hay que enseñarles ambición y metas, hay que mostrarles principios y untarlos de generosidad. Este es el gel del ciudadano: el que respeta la fila, el que lo mueve el altruismo y el que entiende que la felicidad no es poseer sino compartir.

@Rembertoburgose

Publicado: marzo 11 de 2021