¡Es el Norte!

¡Es el Norte!

Anochecida cachaca con escalofríos. Llovizna, oscura, helaba hasta los huesos. Solo provocaba la tibieza de la chimenea. El calor de la mujer y la calentura del libro en curso. Pero teníamos una invitación y un compromiso. Más que eso, queríamos asistir. El grado como economista de la hija de un amigo con varias particularidades. Tobías, quien trabaja como taxista. Tiene un carrito viejo, amarillo y esa es su oficina. Un banco de clientes y un celular muy activo. Es de nuestra familiaridad y se desempeña en los oficios más disímiles.

Todo empezó en los 80’s, cuando una pareja de profesionales (él ingeniero y ella trabajadora social) se les vino el mundo encima. La empresa donde trabajaba se quebró y de la noche a la mañana Tobías se encontró con los pies descalzos, en la calle. Un hogar y dos hijos pequeños que debía sacar adelante en un país cuyas oportunidades son escasas y con tentaciones que solo la integridad como antídoto puede esquivarlas. Una pobreza multidimensional del 21% y en donde solo el 20% puede alcanzar un título universitario y -tristemente- la educación básica no es universal. Sus hijos entrarían a esta elite de colombianos privilegiados para mejores oportunidades y no harían parte de los 2 millones de jóvenes que no estudian o trabajan.

Un día mi hija le preguntó a una compañera por un taxista de confianza, debía hacer unas vueltas y los trancones en Bogotá alargaban los desplazamientos y acortaban el tiempo. Viviana, su amiga le contó esta historia. Por asuntos de su trabajo necesitaba desplazarse tres veces por semana cerca al aeropuerto Eldorado y recoger unos documentos para la oficina central. Conseguía fácil un taxi de ida, pero todos se negaban a esperarla y el lio era ubicar un vehículo para el regreso. Un día de casualidad se encontró con Tobías y al llegar a la oficina del aeropuerto le preguntó si podía esperarla. Su sorpresa fue mayúscula, le aseguró que la esperaría. Al terminar su diligencia encontró a Tobías allí. El taxímetro apagado, lo encendió cuando la llevó de vueltas. A Viviana le cautivó este gesto.  Así entró Tobías a nuestra vida. Por cierto, años mas tarde Viviana fallecería de cáncer, dejó un menor. La persona encargada de transportar este niño a casa de su abuela para el cuidado durante el día era Tobías.

Con la plata de la liquidación Tobías entendió que debía empezar su mundo independiente. Compró un carrito amarillo de segunda y arrancó a recorrer las calles. Con su naturaleza de servicio, su don de gentes y dedicación fue armando un banco de datos de clientes con las particularidades más especiales.

Se convirtió en nuestro conductor todero. Cuando mi hijos y sobrinos iban de parranda, Tobías los llevaba y traía. La tranquilidad para nosotros pues conocemos el letal combustible que es la mezcla de juventud, alcohol y gasolina. Conocía como enviar en cargas especiales, pequeños frutales a la costa. Además, repartir tarjetas de invitación, regalos, libros. Tobías y su grupo de personas como él, con emprendimiento y honradez que tenían pequeños talleres para solucionar problemas rutinarios. Latonería y accidentes de los carros, documentos que se debían entregar. Era el servicio y la gerencia de la tranquilidad que estaría bien hecho. Muchos de mis pacientes vienen a Bogotá a operarse. Me preguntaban por una persona de confianza y les presentaba a Tobias. Se encargaba de este cuidado cariñoso para ellos. Si teníamos que diseñarles un programa ambulatorio de terapias podía contar con él para el transporte y cuidado al centro de rehabilitación. Era la calidad del servicio y así de un carrito pasó a dos pues la demanda lo exigía.

Hoy, anhelábamos compartir con Tobías y su familia el grado de economista de su hija en una de las mejores universidades privadas del país. El frio de la llegada lo disipó el encuentro con esta gente buena y sencilla que eran sus pocos invitados. Tobías vestido apropiadamente para la ocasión, la nueva pinta elegida por su hija. Jamás lo había visto de corbata. La felicidad genuina brotaba en los ojos de los asistentes. Recordaba a su esposa y a su madre presentes: aplaudiendo el esfuerzo, fruto del trabajo de muchos años.

Nos sentamos con María Stella y a cada lado los hijos de Tobias. El mayor, administrador trabaja con una empresa multinacional cuya oficina principal esta radicada en Nueva York. Hablamos de todo y me contó quizás la experiencia de vida que lo había enriquecido. Viajó al terminar a Argentina para hacer entrenamiento en periodismo deportivo. Vivió como estudiante y se sostenía trabajando en restaurantes. Empezó lavando platos y ascendió a mesero. Su cromosoma de la superación cautivado por el gran Buenos Aires; cuando el vértigo de la inflación rompió el equilibrio entre ingresos y gastos volvió al país. Hoy ejerce su oficio desde Bogotá en esta empresa multinacional y está pagando su primer apartamento con un crédito. La recién graduada hija de Tobías finalizó su pregrado. Llevaba 9 meses haciendo los tramites de selección en una de las grandes compañías multinacionales símbolo de las empresas de Colombia. Guardo fe que ingresará esta economista junior.

Este rato inolvidable con Tobías, su esposa y sus dos hijos profesionales me llenó de optimismo, renovó mis esperanzas en la gente de la patria que sueña y construye futuro. Encontré en cuerpo lo que significa transparencia. Estos muchachos profesionales de respiración pujante y mirada limpia distante de esos hijos de los traficantes del estado de almas pobres que disfrutan las mieles transitorias de lo ilícito. También diferente de los otros jóvenes, de respiración estertorosa que protestan, pero lastimosamente se dejan embaucar y destruyen. Permiten que los manipulen y los denigren- con razón- de vándalos.

Qué orgullo sentí cuando el hijo me presentó como un amigo cliente de su padre. ¡Tobías y su familia hacen parte de los colombianos que valen la pena!

@Rembertoburgose

Publicado: septiembre 24 de 2021

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